sábado, 19 de mayo de 2007

Coma Profundo

Esta era la segunda vez en poco tiempo que se despertaba y no podia moverse. La primera vez no había durado mucho despierto, quizas un par de minutos. Aquella vez intento hac hacer algun movimiento pero en vano. Ahora sus parpados se movían, esta vez los sentía de verdad. Olía un olor a lejia que se acercaba, permanecio cerca, oyo un ligero “clic” y el olor se alejó apresuradamente. Unos instantes en silencio y una suave brisa le erizó la piel aun bajo la sabana, que notaba liviana.

Más tarde ese olor a limpio se acercaba de nuevo, pero muy cerca de él, otro a linimento, se aproximaba aun más, Llegaba hasta su cara, una mano le toco y sus dedos le abrie­ron los ojos. Todo segura igual, la oscuridad no se apartaba, no podía ver nada. Una rapida idea le vino a la mente: “Su desgracia era ser ciego, un ciego loco.”

Despues de un buen rato intentando levantar los parpados o mover los labíos, ninguna orden salía de su cerebro; rebo­taban en sus paredes, cada ves más rapido hasta explotar, y sentía como le rompía la cabeza, como le ebullía. Aunque no podía con sus ojos al descubierto ver el exterior, sabía como era, y creía saber lo que era también. Su primera impresión fue que estaba en el cielo, es decir al otro lado; más tarde ese olor a desinfectante, que le atacaba de tiempo en tiempo le hizó comprender que realmente estaba en un hospital. El olor lo tría la enfermera, que siempre aparecía cuando el sol calentaba su rostro; se ponía a su derecha tapando la ventana, haciendo una inmensa sombra. De esto dedujo que de­bía ser una mujer corpulenta a pesar que sus manós eran lar­gas y no extremadamente fuertes. Con ellas le acariciaba la cara, secaba el sudor de su frente y le peinaba. De ella no podía decir más que era coqueta. Sí, debajo de ese sordido desinfectante había podido extraer un suave perfume.

El lugar donde estaba tenía el suelo de losetas que sona­ban cuando el personal se movía de un lado a otro de la ha­bitación, debía de tener varias ventanas para que de vez en cuando corriese una brisa refrescante. Todo lo deducía du­rante sus juegos de escuchar y adivinar oía todos los so­nidos que le llegaban y los intentaba, descifrar, con bas­tantes resultados favorables.

Durante uno de sus juegos consiguio escuchar un peculiar sonido, que procedía de su interior, Un golpear, un flujo de sangre, penetraba en sus oidos. Era a cada instante más ra­pido, tan atractivo que su propio corazón se unio a la enloquecida cabalgata. Sentía como le rompía, y en algun momento de la freuetica carrera escucho un chasquido... El silencio lleno todo por unos instantes, rotos por gritos de enfermeras y medicos. Oía las rapidas pisadas cada vez más fuertes.


Parecía que la locura había invadido todo aquel maldito lugar. Cuatro ó cinco personas, no podía determinar exactamente cuan­tas, se arremolinaban a su alrededor. Trajinaban y se chilla­ban unos a otros. Con tanto alboroto cualquier sonido se confundía, hasta que alguien cerca de el dijo:— ¡Todos fuera¡ Algo frio le presiono el pecho, pero al segundo se torno tan ardiente que le abrasó las entrañas... Cuando el cuerpo ya se le enfriaba el mismo calor le revolvio en el lecho, No entendía que querían hacer con él; sólo pensaba que querían acabar con su existencia por alguna razón absurda, ya que creía que aquellos que se amontonaban a su alrededor eran lo­cos escapados. Ya por tercera vez, que le parecio aun peor que las anteriores, le reventaron con aquellas planchas. Cuando termino, sus oidos ya se habían acostunbrado al ba­rullo de voces; oía que decían:- ¡Oxigeno! ¡Sigue plano, se nos va!— En un segundo todos callaron y una palida voz resonó. Se ha termínadó, ya no se puede hacer nada mas.­

El silencio se fue haciendo tan denso que podía estrangular, y los fuertes olores a sudor empezaron a alejarse. Esta tan confundido, demasiadas cosas ocurrían, y una absurda idea se la pasó por la cabeza... Pero no podía ser, era. Imposible; como podía estar muerto, era algo increible en su situación. Los oía, olía y sentía; ¡Estaba vivo...

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