domingo, 1 de junio de 2008

1991-1994 LXII

Espirales de estrellas
en ciegos ventanales.
Torreones castrados
de castillo embrujado.
Una princesa transparente
asesinada con engaño.
Ahora vive sin muerte,
así entonces atrapada.
La tierra angosta,
arrasada por el tiempo,
del jardín sin flores.
Ahora solo pisado
por locos coyotes.
Cientos de historias,
batallas, en las piedras
negras como pez.
Leyendas y costumbres
cubiertas de polvo.
A la mirada de luna
solo ojos de gato
dominan el mundo.
Y su llanto en eco
traspasa muros,
mientras lagrimas
caen lentamente
recorriendo hacia el suelo
un eterno espacio.
Un lobo aúlla
en su lapida caída,
recordando desgracias
y caricias repudiadas,
todavía sin venganza.
El aire rehúsa del lugar,
huye despavorido
arremolinando polvo,
hojas pardas y secas
danzando alocadas.
Vastos prados grises
son un negro reino,
un odioso peso,
que hunde y hunde
en más profundidades,
profundidades estrechas
de desesperantes tentativas
de salir a flote.
Solo imaginar llegar,
surgir en la superficie,
por encima, al menos
una respiración profunda,
sobre inmundicias,
sobre todas, absolutamente
todas las pesadillas.
Y aun más siquiera,
si aun dudase
de lo imposible
por ella realizado,
sobrevolar en el infinito
a todo existir,
ya material
ya imaginado,
también pensado,
hablado, evocado
simplemente deseado
o jamás soñado.
La sangre fluyendo
caliente y dulce,
horrorosa a los ojos
de mentes empobrecidas
y ocultadas de esencia,
por piel, piedras,
bocas, venas,
llenando estómagos,
vírgenes de miedo,
blancos de odio,
sin ninguna impureza
trozo o parte de amor.
La indiferencia
entre muchas caras
se deja transcurrir.
Implacable galera,
abierta y sin salida
presente en cada uno
e indetectable por si,
enferma de gula,
de incontrolable destrucción,
infalible seducción.
Se adentra en las puertas
ahora ya abiertas
de cotos antes vedados.
Su dulce vino derramado
y las campanas quedan mudas
a oídos de dioses sordos.
Aun con hierba alta
y con plegarias de voces graves
siguen todavía deseando
ser eses toscas esculturas.
Alrededor, en las ciénagas
se deshace la madera podrida
de algún viejo barco hundido,
en lo que él era
y lodo pegajoso ahora es.
Sobre negra cubierta
un fuerte hedor delata
feto muerto entre manos
de un anciano achacoso5
en espera de golondrinas turcas
que traerán su destino.
Mientras enjugados los ojos
en lagrimas creídas extinguidas,
lo mira, tras arañadas cortinas,
ella aun dolida.
Arrancadas con desprecio
ilusiones, deseos, amores.
Ya un mismo instante
seguía siendo igual
y convertida en lo contrario
sin esperanza en un corazón
que había dejado de latir.
Excluida de una carne
creída pecadora por él,
y repudiada también.
En silencio, se sentía necesitado,
dependiente y enloquecido,
de apariencia ya tranquila,
en su cara marcada la resignación
y en su interior la cavilación
del momento de extirpar
el cáncer que le carcomía,
a grandes mordiscos el orgullo.
Detrás de cada sombra
vigilando y conspirando,
mientras a la luz
su faz la parecía amar.
Incluso en un momento,
quizás de debilidad,
quizás de cansancio,
podría parecer perdonar.
Poseído y sin razón
queda convertido
en un absurdo asesino.
De un incondicional amor,
sin saberlo ni buscarlo,
a un necesitado amor,
más propio de amante,
prohibido y pecaminoso.
En su recuerdo
la conciencia clava sus espuelas
afiladas, envenenadas.
A través de sus arrugas
le recorren las mejillas
lagrimas negras,
densas como su amargura,
pesadas como su carga.
A su alrededor en brumas hediondas
su nombre susurrado
pasa de aquí allí,
de allí aun más allá,
a lo lejos en el olvido.
Consumido en espera,
de clemencia o penitencia,
murmura sin sentido
lo que alguna vez fueron palabras.
Obsesionado no entiende
esta, su condena
eterna, final.
Y ella arrastrada con su furia
inocente, sin pecado
que el de amar.
Encerrada en una tierra,
en un reino desolado.
Mas aun solo ha comenzado,
es el principio del circulo,
del ciclo esencial.
Los que aquí ya han estado
muy bien lo saben.
A cada vuelta todo cambia
todavía más a peor.
Las rocas se vuelven desnudas
ardientes y negras.
Mas sienten como crece en ellos
el frío en su interior,
en el centro de su alma.
Una claridad brumosa
avanza somnolienta
entre humos negros,
que del suelo escapan
para envenenar el aire
ya de principio rancio.
Bajo la niebla, la tierra
se rompe y se abre.
Si sobre ella algo había
sin más desaparece,
y en su interior
la iluminan rayos,
que dan y quitan la vida
en mil direcciones diferentes
en infinitos sentidos
o en ninguno a la vez.
Concretar en lo más ínfimo
toda esa dilatada existencia.
Mas aun esto no es el final,
siquiera consigue ser eterno,
tan solo es algo vano,
realmente insignificante aquí.

No hay comentarios: