sábado, 1 de marzo de 2008

Paranoia - 3 -

Despierto, siento y veo como sangro; como las sabanas se tiñen de rojo oscuro. Grito con los pulmones explotando, pero no sé si es por la pesadilla o por la realidad que veo. Mis ojos se desorbitan y creo que se escaparan lejos de mi cara y la nariz y las orejas quieren seguirlos. Abro mi est6mago con las manos, ven la luz e intentan esconderse; los saco a puñados y muerden mis dedos; algunos suben a mi boca y los escupo. Hasta que no queda uno en mi, no cejo en librarme de ellos. Aún cuando están fuera por el suelo corriendo a esconderse, los piso y los machaco aunque su sangre, si lo es, me queme los pies desnudos y marcados por sus mordiscos. Los persigo por toda la casa, y ellos huyen aloca-dos en todas direcciones. Salto hacia ellos con las manos abiertas para agarrar los, pero son tan rápidos y pequeños que escapan entre mis palmadas, se esconden detrás de los muebles, plantas o cualquier lugar, e incluso algunos se me ten dentro de cualquier objeto, o en las paredes, el suelo o el techo.

Miro a mi alrededor, les enseño mis puños y la cara enfurecida. Me tienen atrapado, acorralado. Les tengo miedo y ellos lo saben. Podrían atacarme todos a la vez y acabar conmigo; pero no lo quieren así, están jugando y yo soy su juguete. Voy acercándome a la puerta de la calle, dando vueltas, observando todos los movimientos de mis enemigos. Mí mano se acerca al pomo, lo siento gélido. Al mismo tiempo que vigilo el lugar, sus desplazamientos, sus miradas intento abrir, pero la puerta sigue en su sitio. Quito los cerrojos y vuelvo a girar varias veces seguidas, pero como antes, las bisagras no chirrían. Oigo un pequeño ruido detrás de mi, me doy la vuelta agitando las manos, ahí están, frente a mi, formando un semicirculo a mi alrededor. Ellos son muchos y yo solo uno. Mi espalda golpea la entrada y mi mente comienza a pensar en como salir de aquí.

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