domingo, 4 de marzo de 2007

Mi eclipse

Ayer por la noche salí con mi niña, para hacer unas fotos a la luna, sonrosada.

Quizás le diese vergüenza que todo el mundo la mirase. Pero como no la vamos a mirar, si es tan hermosa, si nos alumbra en la noche cuando la oscuridad se cierne a nuestro pecho.

Aunque es tímida, que sale poquito a poco hasta decir "aquí estoy" con su redondez llena, y su cara de sorpresa al vernos pequeñitos, y tan grandes de espíritu a la vez. Se levanta temprano y entre las nubes y el cielo aun claro no mira y cuida, nos mece con manos invisibles.

Estos últimos días la tontería se me ha generalizado, y a cada instante me llegaba a la mente un recuerdo de ella, mi amor más intenso, una imagen o un olor, el más leve roce del viento como si de sus manos y dedos fuesen la caricia, mi estomago, mi pecho se comprimía. Con una lágrima, o quizás dos, mis ojos se entornaban para no dejar escapar su espíritu, su delicadeza.


Así, sin conocer el porque la luna me lleva a la locura de amarla aun más y más. Y no voy a decir que no estoy contento, que al contrario, lo deseo cada vez que mi mirada y la suya se cruzan.













Es todo instante que estoy junto a ella, el momento más intenso de mi vida, en el único espacio y tiempo que necesito sentir. Tocar su piel es llenar mi alma de eternidad, sentir sus labios es completar mi espíritu, oír sus palabras es conocer el mundo entero, mirar en su ojos es ver el amor infinito.

Ella es para mi todo el universo, cualquier realidad posible. Sin poder amarla mis sentidos no existirían, yo no existiría.

La mujer entre todas las mujeres, la belleza entre todas las bellezas, la dulzura entre todos los dulces, el amor entre todos los amantes.

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