sábado, 27 de diciembre de 2008

1994-1997 XLIV

Detrás de mi ventana
domino el color de la vida.
El tiempo que pasa
envejeciendo un día
que rápido acabara.
Mientras repaso los recuerdos,
transportes a lo fantástico,
tengo los mismos sentimientos,
que hace tiempo no tengo.
El sol atraviesa el cristal
iluminando, calentando
la piel de mi áspera cara,
inflando el ego perdido
por sobrevivir, por escapar.
Y sólo yo he sido capaz
de olvidar a los demás,
de dejar el dolor,
como una espina envenenada
que no se puede sacar.
Llegué a estar seguro de
que ya no importaba,
que era otro de muchos.
Caí con verdadera torpeza
en un autoengaño
empeñado en creer
una mentira.
Largas avenidas asfaltadas de gris
recorridas desde el alba de un ayer
hasta el amanecer de mañana.
Y con cada paso
un recampanazo abrumador
dentro de mi cabeza
ocupada en asimilar
la misma e insistente
idea falsa.
Pero ya no más,
Ahora encontré lo exacto,
aquello necesario
que sin duda quiero.
Mi vida es otra
como lo fue antes mi mente.
A veces pienso si soy
o no soy realmente.
Quizás pudiese ser
aquel hombre,
que conseguía perderse
incluso en habitaciones cerradas.
La realidad que se abre,
a donde quiera que mire,
es tan condenadamente extraña.
Mi memoria me lleva
a colores brillantes y rápidos,
a montañas altas y andantes.
Cualquier cosa era imposible
de no realizarse.
Siempre y cuando no
pudiese hacerse
donde la gente de gas,
el mundo prohibido
donde ahora estoy,
gracias y posible
a lo posible de lo imposible.
Ya no hay lamentos.
El cielo oscurece rápido
quemando las azoteas
dejadas por los pájaros.
De gris-azul a negro-azul
sin preguntar.

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