sábado, 13 de enero de 2007

Un paquete inesperado - Parte III -

Dentro todavía hacía más calor que en el exterior. Sin cerrar la puerta a sus espaldas había abierto la única ventana existente, un pequeño orificio practicado en la pared del fondo. La ventana creaba en toda la oficina un curioso contraste entre luces y sombras, que sin duda hubiera sido resuelto por los tubos fluorescentes que pendían del techo pero que José, al igual que con la cerradura, se resistía a usar. Prefería esa ventana que él tapaba parcialmente cuando se ponía detrás del mostrador y que más que facilitar la visión la dificultaba a aquellos que entraban en el edificio. Se veían forzados a cerrar los ojos y a esperar unos momentos para poder ver con claridad, momentos que José aprovechaba para inspeccionar al visitante. Realmente no tenía necesidad de ello, pues conocía a los habitantes de ese pueblo y sus vidas como la palma de su mano, mas era una inspección con la que siempre disfrutaba. Le permitía intentar averiguar a qué venían, comprobar el paso del tiempo en su cara o intuir qué tipo de conversación tendrían. Porque nadie iba a Correos para limitarse a entregar una carta o devolver otra. El tiempo allí avanzaba más lento de lo normal, por lo que todo el mundo se entretenía en emplear el mayor rato posible en la tarea más estúpida.

Había cogido una vieja silla del fondo de la sala y la había arrastrado hasta la puerta. Fuera de nuevo, protegido por un pequeño tejadillo del sol de la mañana, se había sentado a esperar. Y sin embargo, aunque todo seguía siendo rutinario hasta el aburrimiento, algo le decía que la espera de ese día traería algún suceso inesperado. Miró de nuevo al cielo, y al fondo de la calle, y de nuevo al cielo. Después, ceñudo, se había rascado la cabeza por debajo de la gorra. Fuera lo que fuera, no había ocurrido todavía.

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