viernes, 15 de diciembre de 2006

Un paquete inesperado - Parte II -

Pero si algún pensamiento estaba lejos de la cabeza de José Custodio en ese momento era el del color de su oficina, hecho al que había podido acostumbrarse durante más de un año. Si algo iba pensando aquel hombre, con la cabeza gacha, sin dejar que una parte de su mente se despistara y perdiera la cuenta del número de pasos que daba, era que aquella no era una mañana normal. Todavía esperó diez pasos más, hasta que llegó a la entrada de la calle de Correos, a pronunciar su veredicto. Sin embargo, una vez allí parado, tampoco supo qué decir. Miró al cielo, azul hasta el infinito, y se dijo que ese día de principios de julio iba a ser especialmente caluroso, como ya se podía notar. No halló otra cosa digna de mención, por lo que se adentró en el frescor de la calle del Alfarero diciéndose que, tal vez, todo estaba en orden.

Se había detenido delante de la gruesa puerta de madera y había sacado las llaves. Hasta hacía poco acostumbraba a dejar la puerta abierta, como sucedía en todas las casas en las que había vivido en su vida. Sin embargo, un día, había encontrado dos hombres dentro de la pequeña oficina, esperándolo. Eso no hubiera resultado una novedad (a menudo se topaba con vecinos madrugadores) de no ser porque aquellos hombres eran inspectores de Correos, que estuvieron a punto de imputarle una "falta grave" en cuestión de "seguridad del edificio y descuido premeditado". Por suerte para José, Fernando Sierra, el alcalde, había conseguido que todo quedara en una advertencia, alegando que alguien debía haber forzado la cerradura por la noche aunque no se habían llevado nada. El caso era que ahora José se veía obligado a cerrar la puerta a cal y canto, bajo amenaza de suspensión de empleo y sueldo, aunque era algo que no le gustaba. Le parecía una muestra de desconfianza hacia sus vecinos y, sobre todo, un esfuerzo diario absolutamente innecesario.

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